martes, 21 de febrero de 2012

 

Llovió sobre Campo Carabobo


Hubo una tarde que no fue tarde, con nubes que fueron mas que nubes, donde las palabras dichas en aquel instantes mezclaron con el vapor del campo y el cantar de las chicharras. 
Esa tarde no tenía razón de existir, no por nada malo o algún designio equivocado del universo, no..., simplemente que era muy sencilla para ser verdad. Las cosas fueron lo que son, y la gente también. Los carros pasaron ante los ojos como carros, los árboles fueron verdes como árboles, y el cielo fue eso: cielo; y aunque siempre han de serlo, no era igual esa vez. 

Y llovió sobre Campo Carabobo, gotas frías esparcidas durante el bochorno eterno de las tres de la tarde. No tenía nada de especial el fenómeno, se pudo pensar, pero después de ese momento que no existió, se puede ver desde lejos y el cielo no se cansa de llover allí cuando la luz ya se va. Algo tratará de limpiar y todavía no se sabe que es. 

Fue el momento más normal que se puede recordar, porque allí la gente nada habló, nada con sentido ni humana razón; solo habló y habló, vio el campo y se fue..., pero sus palabras no, porque se enredaron con el sudor y estas gotas se escondieron muy debajo de los pies. 

El agua cayó tres veces o dos, solo se recuerda que fue más de una vez. Al borde de una acera se pudo ver como tocaba tambor sobre los techos de zinc, y sus ondas se dibujaban en un charco tratando de escapar con los pies de las gentes, porqué quizás estén cansadas de llover siempre en el mismo lugar sabiéndose el camino al derecho y al revés. 

Y entonces hubo personas que fueron personas, sin diferencia y sin edad, que disfrutaron del sabor del maíz y la soledad en el mirar; y si antes no habían sido amigos, ahora lo eran con solo compartir este silencio, cosechado en el aire y en los árboles de mango. Por eso, los días que más se recuerdan son los que no existen, que no tienen celebración, ni alegrías ni dolor que les den un nombre. Basta con que sean improvisados al sonar de un cuatro al mediodía; y quienes vivieron ese momento que no existió, les sigue lloviendo adentro, una y mil veces recordando quienes son y que hubo una tarde que no fue tarde, cuando llovió sobre Campo Carabobo..., y luego sencillamente escampó, como sólo esa lluvia lo sabía hacer. 

JLGQ (2002)

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domingo, 12 de febrero de 2012

 

A cinco centímetros del suelo

Siendo niño, floté desde el décimo sexto al noveno peldaño de las escaleras de mi casa en un abrir y cerrar de ojos, y nadie me creyó. A pesar de que he crecido lo sigo creyendo, sé que lo viví y no miento. Después de eso lo seguía haciendo, pero de una forma distinta, mas discreta y perfeccionada.


Apenas eran solo cinco centímetros sobre el suelo, pero me bastaban para llegar a la luna, al pasado o al futuro, a una lágrima o a un chocolate. Es muy eficaz este arte de flotar cuando el suelo está sucio, que casi siempre lo está. Y aunque ya no buscaba a alguien para decirle que podía flotar, todos al ver mis ojos se daban cuenta y hasta me regañaban porque, según, los pies no fueron hechos para volar..., bueno, por algo duele al aterrizar, ya que mi alma siempre se queda engarzada en alguna idea empalagosa como la melaza; de tanto estirarse algún día se me va a romper. Son los cinco centímetros mas grandes que he visto, que he sentido, que me han dado un vértigo fascinante al que a veces le huía y al rato volvía como adicto, para solamente sentir como el aire me ponía frío los pies que sudan tanto al andar. 

Un día me levanté y de nuevo la escalera se me presentó retadora, queriendo que la sobrevolara por segunda vez, después de tanto tiempo. Esta vez escogí que mi ruta fuera desde el noveno hasta el primer peldaño, solo por variar. Comencé a sentir algo de temor, igual cerré mis párpados y comencé a despegar..., pero no volé. Una, dos, tres y hasta cuatro vueltas di y la pared me atajó; mi cabeza era todo un huracán, y el piso fue cruel y duro conmigo. Pude pararme como si nada, me limpié el polvo y dije que “tal vez el noveno peldaño sea solo para aterrizar”, y me fui. Pero, algo faltaba; de pronto nadie me descubría el secreto, y cuando me vi en el espejo yo tampoco lo vi. Tuve que caminar, muy a mi pesar.


Mucho tiempo después, cuando yo tenía una nueva casa, supe que un niño vivía en la vieja, y los padres no sabían que hacer con un carajito volando como una pluma de cristofué. Lo conocí personalmente, y me confesó que había conseguido un paquetico de sueños a medio abrir, “muy mal aprovechado y administrado” me dijo en su criterio infantil, y comprendí porque sus centímetros no eran cinco, sino diez.- ¡porecito el niño que lo perdió!, ¿verdad?-, terminó por decirme y se fue.

5 de Mayo de 2005
JLGQ

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viernes, 10 de febrero de 2012

 

Dedos Líquidos

Para mi, el hecho que los seres humanos y todo nuestro mundo sea en gran parte de agua, no es suficiente; digamos que..., mi relación con el elemento es algo "peculiar".

En mi eterna búsqueda de la musa (que a veces me encuentra, y viene con todo sus peretos a quedarse cual nonna de vacaciones y yo la dejo esperando en el porche...), me he podido percatar que, para poder encontrar zonas de confort personal donde pueda distenderme y "fluir", debe existir un equilibrio del preciado elemento en cuestión, en mi microcosmos próximo.

Empiezo por el cuarto de baño: un oasis de ideas. No, no caeré en anécdotas escatológicas ni me referiré al "trono", esto va en un tono mas suave..., el simple hecho de lavarme la cara con la eterna agua helada de mi casa, afeitarme, ducharme, el simple hecho del contacto con ella es un ritual, un trance. Y apenas salgo del baño, 1, 2, 3..., dispersión al ataque. ¿Y si hago lavandería? (yo no tengo a mi madre de doméstica ni nadie que lo haga por mi), pues entre la lavadora y lo que toque a mano llega el trance también, aunque es mas interrumpido, el jabón quizás no ayude al contacto, ya verán porqué. También funciona al lavar el auto, regar las plantas, en fin, cualquier excusa que me haga tener contacto con ella funciona; llueven las ideas en mi cabeza, se entrelazan, descubren y hacen nuevos surcos, nutren terrenos de posibles inventos literarios, toda una fiesta.

Esto podría decirse, es mi relación con el agua en lo cotidiano, lo urbano. Ya cuando hablamos de turismo pues si, disfruto mucho ver y visitar ríos, lagos, y la playa por supuesto, aunque la verdad prefiero bañarme en agua salada, la "dulce" me da cierta idea disgusting, no sé porqué.

Ahora viene lo malo: en el caso de mi hogar y nuestro excelentísimo y modernísimo servicio de agua potable, gerenciado por el eminente gobierno socialista mesmo, con sus fabulosos y muy bien pensados trasvases del exceso de agua contaminada del Lago de Valencia a nuestra principal reserva de agua para consumo, el embalse Pao-Cachinche..., hubo un tiempo que yo le tenia literalmente grima a ducharme o tomarla, o nos mataba el cloro o alguna bacteria mutante. Aparte de eso, la zona donde vivo tiene una presión de agua buena, con pocos periodos de escasez (obviando la época de sequía de hace un par de años), e imagino que alguna extraña e inexplicable conjunción de los astros me jugó una mala pasada y en mi baño, específicamente en mi inodoro, SIEMPRE hay mas presión de lo normal, lo que hace que las llaves de paso se venzan rápido o el "sapito" siempre deje botar agua..., ODIO escuchar que un líquido se bote de manera constante, que sepa que se está desperdiciando (watch out, cachifas lava-aceras!... voy por ustedes!). El sonido me puede enervar de muy mala manera, Mun-Ra y yo.

La cuestión es que mi contacto con el preciado líquido es una especie de acertijo, que vengo intentando descubrir desde que tengo uso de razón; puede sedarme, reavivarme, despejarme, casi bendito, mas sin embargo hay muchas cosas que no puedo hacer mientras estoy en contacto con agua: no puedo escribir, por ejemplo. Intento si estar en contacto constante, pero no es igual.


Últimamente, como me ocurre cada cierto tiempo, mis manos padecen Hiperhidrosis. Siempre ha sido así, desde niño; se manifiesta cuando mi sistema nervioso es estimulado, tanto física como mentalmente, pero el muchacho me salió sensible pues!. Eso siempre ha sido un impedimento engorroso para mi cuando tengo ideas que deseo plasmar, el contacto con algunas superficies y texturas que, por roces, desatan algo que no controlo. Es irónico, mi cuerpo responde de forma distinta a como racionalizo mi sentidos táctiles o mis emociones, haciéndome quedar mal conmigo o con otras personas. "Es mi termostato interno, que esta dañado" digo, e intento ignorarlo. Comencé con terapias alternativas (digitopuntura, reflexología) hace poco, veamos que tal...


El contacto con el agua me calma el sudor de las manos, otra razón mas para amar el agua, pero es algo pasajero. Una de mis metas a corto plazo y buscarle equilibrio, sin caer en soluciones extremas (ej: simpatectomía o botox en las glándulas sudoríparas), tengo fe en que podré encontrar el punto óptimo probando terapias naturales.


Pues sí, en definitiva el agua tanto como por dentro como por fuera de mi es un elemento fundamental para mi proceso creativo, mas todavía no he descubierto el equilibrio que debe tener en mi. 


Seguiremos informando, ;-)

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